Si hay algo reprochable a la información que ofrece internet es la intoxicación por reiteración. Las historias se van exagerando y transformando en leyendas o en fábulas inverosímiles a medida que se reescriben una y otra vez buscando una hipérbole imposible que supere el relato anterior. Esta ‘infoxicación’ de las fuentes originales dificultan la investigación y pervierte el relato original a veces hasta enterrar los datos verídicos e importantes. Esta historia es uno de esos casos.
La historia de Edward comienza adulterada por su posición burguesa. Su madre era la condesa de Darlington de mediados del XIX, una terrateniente del sur del condado de Postmouth, en el Reino Unido. Como hijo de buena familia era envidiado y odiado a partes iguales: su estirpe y riqueza a heredar le situaba en el foco de la atención pública, su enfermedad en la diana de bufones, chanceros y linchadores profesionales de su apellido.
Todo alimentaría el mito de ogro tocado por alguna fuerza sobrenatural y que exageraron o inventaron años de narración oral. Y ahora, internet.
Mordake padeció el síndrome congénito denominado Diprosopia o duplicación craneofacial. En realidad consiste en la duplicación congénita del notocorda, una estructura embrionaria común en todos los vertebrados cuya doblez provoca la generación de dos crestas nerviosas que a su vez generan dos estructuras craneofaciales distintas.
A diferencia de los siameses unidos tras el nacimiento, la disprosopia no es debida a la fusión o separación incompleta de dos embriones: es el resultado de una anormalidad en una proteína que marca el patrón craneofacial normal. Dependiendo del nivel de alteración congénita de esta proteína, el individuo puede tener hasta cuatro orejas, cuatro ojos y dos labios separados. Como curiosidad, el nombre de esta proteína, SHH (Sonic Hedgehog), más tarde inspirararía el del personaje de videojuegos más famoso de la compañía Sega.
Esta duplicidad estructural puede llegar a dar algo de movimiento a las caras atrofiadas. Edward tenía una estructura dominante completamente sana, su cara normal expresiva, y junto a ella su cara añadida semi-expresiva con músculos y nervios mal desarrollados y atrofiados desde el nacimiento. Esta sería otra prueba que confirmaría la disprosopia en vez de un caso de ‘cephalopagus’ o gemelo parasitario vestigial, donde el siamés muerto carece de todo tipo de movimiento independiente.
La excusa científica del movimiento residual convertiría el segundo rostro de Edward en una especie de 'otro yo' que, según la leyenda, atormentaba a su cara dominante con muecas y signos de expresión condicionados por el comportamiento de Edward. Según la leyenda no verificada, la segunda cara parásita sonreía y movía los labios burlándose de su alter ego dominante hasta sumergirle en una depresión que le conduciría finalmente al suicidio.
Según la mitología popular, la otra cara tenía una voz tenue que solo Edward podía escuchar. Sus ojos estrábicos nunca se cerraban pero podían llorar y seguir la mirada de todo aquel que lograra fijarse en ella. Mordrake aseguraba también que padecía insomnio debido a los odiosos susurros con los que su “gemela diabólica” le torturaba por las noches.
En un supuesto testimonio de Edward Mordrake aparecido en 1900 en el almanaque de medicina 'Anomalías y curiosidades de la medicina', de George M. Gould, se podía leer: “La imaginación no puede concebir las tentaciones espantosas en las que me envuelve. Por alguna imperdonable maldad de mis antepasados estoy cosido a este demonio, porque estoy seguro que es un demonio. Yo ruego y suplico para que lo eliminen del mundo, aunque yo muera”
Evidentemente esto no es cierto. Como tampoco que la segunda cara fuera una hermosa mujer, como cuentan casi todas las versiones. La diprosopia se basa en el desarrollo de un solo tipo de genes con el sexo ya definido antes de la duplicación del notocorda.
Lo que probablemente sumiría en una depresión a su dueño es el aspecto, los movimientos o tics involuntarios de su otra cara, la marginación social y la condición envidiada que ejercía la sociedad que le tocó vivir. Todo ello obligó a Edward a incomunicarse y someter a su personalidad a las duras condiciones de aislamiento que pudieron desencadenar el supuesto suicidio.
Otra gran mentira de esta historia es la foto que encabeza este y otros cientos de artículos de la red que cuentan la historia de Edward. La foto es de una calidad superior a la que se pueden esperar de una sesión de fotos en el siglo XIX. Y el peinado, la diferencia de tez o las sombras que ocultan la segunda cara hacen pensar más en una producción cinematográfica que en una prueba gráfica forense. Puede ser una de las múltiples representaciones de cera que hay del busto de Edward y realizadas mucho después de su fallecimiento en algún punto del siglo XX para el disfrute de un museo de los horrores o academia médica.
Todos los datos de este caso no vienen amparados por un expediente médico verificado sino por la imaginería popular, textos paganos, recopilaciones frikis, obras de teatro o incluso canciones de culto que adornan y alimentan la leyenda. El texto principal en el que se basan casi todos los demás es la obra de de George M. Gould antes comentada, que no aporta nada a un testimonio entrecomillado.
A falta de método científico que verifique la historia solo puede hacerse un análisis desde el sentido común y la navaja de Ockham. Bienvenido a internet.
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